Nuestro hijo Cole, a la edad de 15 años, había perdido el interés en su futuro. Era el verano después de su primer año de secundaria y nuestro niño, quien había soñado con ir a la universidad desde que estaba en quinto grado, comenzó a preguntar si la universidad era importante.

Él es un chico inteligente, pero no estaba disfrutando de la escuela secundaria. Y estaba empezando a ver la universidad como cuatro años más de la misma carga. Preocupados, mi esposo y yo comenzamos a llevarlo a visitar universidades para inspirarlo. No me interesaba mucho ayudarlo a elegir una universidad sino demostrarle que la vida sería diferente al estar allí, llena de libertad e independencia que le encantaría.

Unas vacaciones de trabajo

Así que decidimos incluir algunas visitas a universidades en nuestros planes de viaje veraniegos. Elegimos los campus no en función de la probabilidad de que asistiera a ellos, sino de lo bien que se adaptaban geográficamente a nuestros planes vacacionales. Era una estrategia segura; de hecho, es justo lo que sugieren los consejeros universitarios. “Siempre animo a las familias a realizar un recorrido informal por la universidad durante unas vacaciones familiares”, dice Marty O’Connell, director ejecutivo de (enlace en inglés). “De esa manera, puedes exponer a los chicos a diferentes ambientes universitarios sin presionarlos”.

Pero en el camino, sucedió algo completamente inesperado: Ava, la hermana menor de Cole, se sintió inspirada con lo que aprendió mientras nos acompañaba. Según O’Connell, este resultado no es inusual. “Con los años, he escuchado una y otra vez de chicos que eran los hermanos menores”, dice ella. “Mi hermano mayor detestó esa universidad. Pero a mí me encantó”.

Acompañante preadolescente

Simplemente habíamos llevado a Ava porque eran nuestras vacaciones familiares. Ella vino de mala gana y parecía aburrida al principio. Estaba en el verano entre sexto y séptimo grado y apenas manejaba responsabilidades y tareas mayores. No estaba lista para considerarse una estudiante de secundaria y mucho menos una alumna universitaria.

Y, sin duda, las visitas ( la primera la hicimos en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill) comenzaron de forma sosa. La visita guiada oficial comenzó con una charla del oficial de admisiones que se centró en las estadísticas sobre cuántas personas ingresan, qué tipo de estudiantes buscan y otros detalles que interesarían a los solicitantes serios. Pero luego vino la gira guiada por estudiantes.

Un joven ingenioso y autocrítico que afirmaba ser un estudiante promedio académicamente hablando (aunque lo dudo) nos acompañó y nos mostró la vida universitaria desde la perspectiva de un estudiante. “Solo tengo una cosa de qué alardear”, dijo a la pequeña multitud, que se marchitaba con el calor del sur. “Comencé una sociedad secreta”. Los adolescentes del grupo querían saber más. Pero él no se inmutó. “Es secreta”, insistió.

Ahora tenía la atención de los estudiantes de secundaria, aunque mi estudiante de escuela intermedia todavía estaba aburrida. Nuestro guía turístico nos mostró sus dormitorios favoritos, el mejor lugar para comer pizza y a dónde van los estudiantes para estudiar y relajarse. Nos contó las historias locales sobre los árboles que eran de buena suerte para la institución, nos mostró un video de bailes improvisados en la biblioteca, señaló a un famoso jugador de baloncesto que le había quitado una novia y compartió la regla del campus sobre nunca besarse en cierto banco debido a la superstición de que terminaría en matrimonio. Tanto Cole como yo disfrutamos el recorrido.

Interesada en la universidad…¡a los 12!

En algún momento entre la sociedad secreta y las supersticiones para besarse, también había llamado la atención de Ava. Dejando el aburrimiento de lado, comenzó a imaginarse cómo sería ser una estudiante en este campus. Mi hijo estaba menos inspirado de lo que había esperado. Pero gracias a esa visita, mi niña ya no se veía a sí misma como una chica de escuela intermedia. Se veía a sí misma como una joven en un camino, con la escuela secundaria siendo solo el siguiente paso de ese camino, que la llevaba a alguna parte. “Voy a ir a esa universidad”, anunció con certeza absoluta. “¿Qué necesito hacer para que eso suceda?”.

Entonces le dije: “Necesitarás mejores calificaciones”. Ella asintió. “Y sería bueno que participes en algún deporte o actividad extracurricular”. Ella estuvo de acuerdo.

Con un objetivo en mente

Nueve meses después, mi hija sigue segura de su plan. Por supuesto, como cualquier niña de 12 años, a menudo posterga los estudios o hacer su tarea. Pero solo tengo que recordarle que tiene cosas que quiere lograr y saca sus libros y se pone a trabajar. Se unió al equipo de natación y se lo toma en serio. Se toma la fotografía en serio. Incluso me dejó inscribirla en algunas clases en línea para complementar su plan de estudios que no es tan bueno en matemáticas y ciencias.

No sé si la visita a la universidad le dio a Ava un sentido de propósito tan claro, o si esa es simplemente su naturaleza y la visita la ayudó a enfocarse en su ambición. Pero no me canso de recomendar el campus universitario a familias con adolescentes y preadolescentes. Ojalá Cole hubiese tenido la oportunidad de ser ese acompañante despreocupado en la visita de alguien más a la universidad cuando estaba en la escuela intermedia. Hace mucho tiempo que olvidamos la mayoría de las cosas turísticas que hicimos en ese viaje, pero esa visita a la universidad motiva a mi hija todos los días. Solo para mantenerla inspirada, todas nuestras vacaciones durante los próximos tres años incluirán un desvío a un campus universitario local.

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